Aquí estoy, a tu rescate si te cuesta disfrutar de un verano cotidiano. No sé si a ti te pasa, pero a mí, muchas veces me cuesta valorar lo que tengo. Eso se complica más en esta época, con el Instagram lleno de playas paradisíacas, rincones maravillosos, vacaciones ideales en familia, escapadas románticas, fotos de comida que hasta puedes saborear, barcos en altamar, hoteles de 5 estrellas o casas luminosas con piscina, cuerpos bronceados e hijos inmersos en un montón de experiencias únicas que recordarán toda su vida.

Mi verano

Trabajar en casa por las mañanas como puedo. Mientras, mis hijos se debaten entre entretenerse, pelearse, llamarme, aburrirse, llamarme, leer, jugar, llamarme de nuevo, ¡No quiero hacer la cama!, jugar, pelearse, llamarme oooootra vez, pintar, aburrirse, ¡Mamá tengo hambre!…

Un tendal permanente es mi compañero de trabajo, hacemos la compra en la tienduca del barrio y Mercadona, pasamos ratos de playa en familia, la comida siempre está hecha en casa y tomamos algún helado esporádico.

¿Se puede disfrutar de un verano cotidiano así?

Un verano cotidiano que sorprende

Hace una semana, esa cotidianidad me sorprendió maravillosamente en un momento de lo más ordinario: un recado con toda la tropa en el banco.

Se me habían caducado las tarjetas gratuitas del autobús municipal, así que fuimos caminando desde casa. Antes de salir fueron todo quejas: ¡Jo! ¡Qué aburrido ir al banco! ¡No quiero ir caminando!… Pero por suerte, en cuanto pisamos la calle, la brisa veraniega calmó los ánimos. De repente el paseo hasta el banco se convirtió en un momento super agradable de charla, risas, correr por aquí, saltar por allá, cogerme de la mano, contarme cosas…

Así llegamos. Cogimos el ticket con el número (después de que se pusieran de acuerdo sobre quién daba a los botones y en qué orden) y nos sentamos en un sofá en medio de un hall enorme y un ambiente de silencio que destilaba seriedad, formalidad y rectitud.

Durante la espera comenzamos otra charla muy divertida comentando batallitas y logros alucinantes de cuando jugamos juntos a videojuegos. En concreto, de lo que nos reíamos cuando resolvíamos de casualidad algún puzzle del juego del Profesor Layton. De mientras, a Teresa se le ocurrió hacer un avión de papel con el ticket. Después de eso los demás: «¡Mamá! ¿Tienes más papelitos?»

Ella

De repente, una mujer se me acercó para preguntarme a qué había venido al banco y si necesitaba algo. Acostumbrada a tratar en el banco con personas trajeadas y elegantes, me sorprendió, porque llevaba una camiseta básica blanca, unos pantalones de lino beige anchos y unas playeras. Iba sin maquillar y la coleta baja que llevaba se notaba que no le había llevado mucho tiempo hacerla. Era algo tipo a esto:

look básico streetstyle

Cuando salió mi número me acompañó a la ventanilla y le explicó al hombre que allí estaba lo que necesitaba hacer. Después de un rato intentando hacer la gestión (él no podía), ella decidió que mejor lo solucionábamos en su despacho. Al levantarme para seguirla me di cuenta de que ya no había nadie en el hall de espera y que mis hijos estaban jugando a tirar los mini aviones de papel. Les avisé de que iba al despacho de esta mujer y que en el banco no podían estar jugando como si fuera un parque. De repente ella les dijo: «¡Aquí soy medio jefa y podéis hacer lo que queráis!» Con el tono que lo dijo fue como si quisiera decir: «¡Como si destrozáis los sofás!»

Entré en el despacho, me senté con ella y al segundo apareció Miguel. «Mamá, me hago pis». Y yo: «Miguel, sabes que aquí no hay baño público, necesito que esperes un poco hasta que nos vayamos». Y ella dijo: «¿Quieres ir al baño? Ven, que te llevo a las catacumbas, ya verás que lugar tan chulo». Miguel me miró sonriendo y se fue con ella. A los 5 segundos apareció Teresa. «¿Y José?» Le pregunté. «Se fue al baño con Miguel y la mujer del banco». Y yo pensando: «¡Ay madre!».

Cuando volvió, solucionó todo el papeleo mientras charlaba animosamente conmigo, Teresa y Miguel. José estaba desaparecido jugando a saber dónde a los aviones de papel. Hablamos de sus hijos, de dónde era, de cuántos años llevaba en Santander, dónde se casó… Cuando terminamos, nos dio pena irnos del banco. Le dimos las gracias por su amabilidad y nos volvimos caminando de nuevo.

La vuelta

La charla del camino de vuelta fue comentando lo divertido y agradable que estaba siendo un simple recado y de lo poco que hace falta para disfrutar del verano. Hablamos de lo amable que había sido Teresa (así se llamaba la mujer del banco) y del apuro que pasé cuando Miguel sacó el tema de ir al baño. «Es que era tan amable mamá, que vi posibilidades», me dijo.

Al volver a casa mi marido les compadeció: «Ya lo siento, os habréis aburrido un montón». «¡Qué va papá! ¡Nos lo hemos pasado genial!» Dijeron los tres.

La belleza de un verano cotidiano

Me he vuelto a dar cuenta del foco que pongo tantas veces en los grandes planes (muy poco frecuentes), anhelándolos y esperándolos y lo poco que valoro los momentos corrientes y molientes (que llenan mi día a día), quitándoles importancia y quejándome de ellos. La belleza y los momentos de conexión pueden estar en la sencillez de disfrutar de las pequeñas cosas de un verano cotidiano. A los hechos me remito. Supongo que las playas paradisíacas ayuden, pero no son indispensables para disfrutar de lo que ya tengo.

He sido consciente de que mis hijos no necesitan estar en un aquapark para tener recuerdos bonitos de verano. Estoy segura de que esta excursión al banco quedará guardada en su memoria como un planazo y en su corazón como un momento bonito junto a mamá.

También me ha confirmado lo necesario de poder expresar cada una lo que es con la ropa que llevamos, no encorsetarnos por unas normas de imagen (de empresa en este caso). Teresa, con su look de camiseta básica y pantalones de lino, ya me estaba diciendo quién era: una mujer accesible, cercana, amable, facilitadora, práctica, natural… Qué bonita esa coherencia entre lo de dentro y lo de fuera.

Y me ha recordado el buen sabor de boca que deja el tratar con personas amables. Estoy segura de que la amabilidad de Teresa fue clave para tener esa experiencia de belleza en las cosas sencillas de la vida. Yo quiero ser una de ellas y especialmente donde más cuesta: en mi propia casa, con los míos. Ojalá ocupar en su memoria un lugar especial. Que recuerden veranos cotidianos y a la vez maravillosos.

Miguel vio posibilidades. Y es que el ser amable abre un mundo de posibilidades para ti y para los demás.

¿Qué vas a hacer para disfrutar de tu verano, sea como sea ese verano?

¿Qué vas a hacer para ser amable? Contigo, con tus hijos, con los demás.