Comienzo el blog con un tema que ha sido importante para mí porque ha cambiado mi manera de consumir. Te cuento los cinco trucos que me han ayudado a comprar menos ropa.

Durante mucho tiempo vivía con la necesidad de comprar prendas cada poco tiempo. Siempre estaba mirando tiendas online, estaba pendiente de las tendencias, visitaba tiendas constantemente… No sé si te pasa también, pero yo no podía dejar de comprar y siempre «necesitaba» algo más.

Todo eso cambió con la maternidad, cuando mis peques empezaron a crecer (ahora tiene 10 años el mayor y 8 los mellizos) y me di cuenta de que estaba siendo incoherente con los valores que intentaba enseñarles. Por un lado estaba yo comprando casi todo lo que me apetecía y por otro lado les decía que no podían tener todos los juguetes que veían o pedían.

Así que el primer truco fue el darme cuenta de que no quería que mis peques crecieran con la necesidad de comprar cosas para ser felices, de que es posible disfrutar de lo que ya tienes y vivir dando las gracias por ello. Predicar con el ejemplo e intentar ser coherente se convirtió en una prioridad. Pero… ¿Qué hacer? Si yo seguía deseando en mi corazón toda esa ropa que veía, la necesitaba en mi vida para verme guapa y crear looks súper chulos e impactantes.

Eso me llevó al segundo truco para comprar menos, que fue el ser consciente del proceso que seguía para comprar. Me analicé y observé que pasaba muchas horas de mi tiempo mirando tiendas. Eso me hacía ver prendas y accesorios súper bonitos que de repente se instalaban en mi mente y las necesitaba como el comer. Luego, aunque yo sabía que no las necesitaba, me creaba excusas para comprarlas. Las compraba, las disfrutaba un tiempo y finalmente volvía a encontrar otras cosas que volvía a necesitar. Era un ciclo infinito que se cerraba sobre sí mismo y no tenía fin ¿Cómo salir de aquí? Además me notaba siempre con cierta ansiedad, frustración y malestar que se agravaban en los momentos altos de consumo como el Black Friday o la temporada de rebajas.

Me acordé que cuando me dio por aficionarme al scrakpbooking solo miraba páginas de esta temática y de repente necesitaba todo tipo de troqueladoras, whasitape, cintas decorativas, papeles estampados, sellos, tintas de colores… Y que un tiempo después que me interesé por el maquillaje y comencé a ver tutoriales y vídeos de pronto ya no podía vivir sin tener siete pintalabios, cinco coloretes, tres iluminadores, dos bronzers y sin las brochas específicas para cada cosa.

Había algo en común: de lo que alimentaba mi corazón y mi mente era lo que acababa deseando ¿Y si… dejaba de mirar? Si no miro, no veo, y por consiguiente no creo la necesidad o el deseo de tener. Así, que ese fue mi tercer truco, dejar de mirar. Y funcionó. Y no solo eso, me di cuenta de que al comprar menos era capaz de ser más creativa con la ropa que ya tenía, de hacer looks diferentes con una misma prenda y que no necesitaba mucha ropa para vestir distinta e innovar.

Al ser más consciente de lo que tenía me di cuenta que al haber comprado mucho se me habían colado en el armario prendas que no me decían nada, que en el fondo no me gustaban, muchas repetidas, otras que había comprado porque estaban súper baratas o me habían dejado de gustar pronto porque en el fondo no estaban alineadas conmigo, no eran del todo mi estilo. Esto me llevó al siguiente truco: Ser más selectiva y empezar a hacerme preguntas del tipo: ¿Realmente me gusta a mí o realmente la quiero porque me quiero parecer a esa chica que se la he visto? ¿Qué me va a aportar esta prenda? ¿La necesito realmente? ¿Me acerca a mi objetivo de disfrutar de vestirme, de sentirme más libre…?

Un ejemplo: me encantan los vestidos negros y aunque tenía ya tres en el armario siempre que veía uno que me gustaba lo metía en la cesta de la compra. Antaño lo hubiese comprado, pero en ese momento me empezaba a preguntar: ¿Qué aporta a mi armario esta prenda? ¿Me acerca a mi objetivo de vestir con más color? La respuesta era clara: no y no. Entonces, fuera del carro.

Otra de las cosas que implementé fue hacer limpieza de armario cada temporada y aprovecharlo para revisar todas las prendas. De esa manera era más consciente de la cantidad de ropa que tenía, de las prendas que ya no me ponía, de las que estaban estropeadas, de las que podría customizar para seguir utilizando, de las que me seguían encantando, y sobre todo, para detectar fácilmente las necesidades reales, no repetir prendas y para comprar de forma más sostenible e inteligente.

mujer mirando ropa

Una última cosa que me ha ayudado a comprar menos ha sido informarme y ver documentales para conocer la realidad que hay detrás de la producción de ropa. El saber que la producción masiva de prendas provoca daños ecológicos, que hay personas adultas y niños trabajando hacinados, en condiciones infrahumanas y con sueldos de risa, me hizo sentirme parte responsable de todo este tinglado. Me di cuenta de que aunque yo fuese una pequeñísima parte dentro del sistema, eso no eximía mi responsabilidad personal en el proceso y mucho menos el que todo el mundo participara.

Esta nueva realidad que se abría ante mis ojos y mi nueva situación como emprendedora también me ha dado otra perspectiva del valor de las cosas. Me he dado cuenta del trabajo que hay detrás, de las horas que requiere sacar adelante un proyecto. Me ha llevado a conocer a otras mujeres emprendedoras diseñadoras de complementos como María Kent, Kb Sisters o Mel by Malena. De saber el tiempo que no se ve dedicado a diseñar, innovar, coser, gestionar redes sociales, web, conseguir materiales, fotografía de producto, organizar mercadillos, colaboraciones, trabajar la visibilidad, la marca personal, conseguir hacerte un hueco, todos los gastos que supone…  Me sirvió para empezar a valorar el trabajo artesano, la valentía que supone comenzar un proyecto y conocer el valor real de las cosas.

Ahora cuando veo algo muy barato, en vez de pensar ¡Qué chollo he encontrado! Pienso ¿Quién habrá dejado de ganar por el camino? Mi respuesta es que seguramente alguien vulnerable a costa del beneficio de otras personas, y entre ellas yo por poder comprar a precio de risa.

De esta forma he conseguido comprar menos ropa a lo largo de estos últimos años. Eso no quiere decir que ahora sea perfecta y no tenga incoherencias. No quiere decir que ahora solo compre por necesidad, ni que haya dejado de comprar del todo a marcas con prácticas dudosas. Pero sí que disfruto mucho más de lo que tengo, consumo muchas veces prendas de segunda mano y cuando compro soy más consciente de por qué lo compro sin ser una marioneta de mis impulsos gastadores. Para mí es un avance enorme que me permite vivir con más bienestar y en coherencia con mis valores.

Pero sigo cayendo de vez en cuando. Sin ir más lejos este último Black Friday. Yo ya había decidido que este año no iba a participar ni como empresaria ni como consumidora, incluso lo había anunciado en mis redes sociales. Sin embargo el sábado revisando el correo y borrando la multitud de ofertas que me invitaban a gastar, de repente, en un mili segundo hice click en uno de ellos. Hacía tiempo que buscaba un pijama calentito porque todos los que tengo son más bien finos para ser de invierno. Pues sin darme cuenta, en unos 15 minutos ya tenía en mi carrito dos pijamas, dos conjuntos de ropa interior, unas mallas de hacer deporte para cuando empezara el gimnasio, por supuesto un top y sujetador de deporte a juego para tener el kit completo y… como no parecía suficiente comencé a mirar los neceseres ¡Qué desastre!

Me di cuenta de que me estaba pasando y revisé la cesta de la compra. La reduje hasta dejarlo en un pijama y un conjunto de ropa interior. Mi mente me decía que qué estaba haciendo si ya había dicho que no iba a participar del Black Friday, pero a la vez me ponía excusas porque bueno, era un pijama y ropa interior, cosas muy básicas y necesarias. Así que muy convencida cargué la tarjeta y le dí al botón de comprar ¿Qué pasó? Pues que no funcionó. Sin embargo yo seguí insistiendo una y otra vez, dándole al botón cada vez más fuerte por si mi móvil se había quedado tonto y no reconocía que lo estaba tocando. Patético.

Era como una señal del cielo que me decía: «Arantza, las estás cagando, no estás siendo coherente, pasa de esto, sal de aquí y sigue con tu vida».

¿Qué hice yo? Pues fui corriendo al ordenador para ver si ahí funcionaba (emoticono de palmada en la frente). Busqué el pijama y cuando fui a añadirlo a la cesta ya no quedaban tallas. De repente empecé a sentir mucha rabia por haberme quedado sin él (no por haberla cagado), frustración y odio hacia el resto de mujeres que me habían quitado las tallas que quedaban. Y de repente ahí, en medio de ese revoltijo de emociones y ansiedad me di cuenta de lo que estaba haciendo. Había vuelto a caer, por un puñetero click y mi falta de coherencia. Y volví a saber que no quería eso en mi vida, y dí gracias por no haberlo podido comprar.

Con esto quiero decirte que nunca seré perfecta, que viviré con incoherencias y exigirme hacerlo todo bien no me ayuda. El saber que muchas veces fallaré, que seguiré aprendiendo y tener la capacidad de aceptar eso en mí me hace más humana y más benevolente conmigo y con las demás personas con sus incoherencias particulares.

Soy imperfecta, pero de purpurina y he conseguido comprar menos ropa.